Alejandro Otero, destacable pintor, dibujante, escultor y escritor

Alejandro Otero nació en El Manteco, estado Bolívar, el 7 de marzo de 1921 y falleció en la ciudad de Caracas, el 13 de agosto de 1990, dejando un legado respetable al convertirse en uno de los venezolanos más influyentes del siglo XX.

Hijo de José María Otero Fernández y María Luisa Rodríguez, su infancia transcurrió en la Upata, pero luego se trasladó a Caracas donde inició sus estudios en la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas.

Siendo aún estudiante, fue nombrado profesor del curso de Experimentación Plástica para niños en 1942 y dos años después profesor de la Cátedra de Vitrales en esta institución, de la cual egresó en diciembre de 1944.

En 1945 se trasladó a París, donde vivió intermitentemente hasta 1964. Allí amplió sus conocimientos en Escuela de Altos Estudios de La Sorbona, y, bajo la influencia de Pablo Picasso, inició su trayectoria hacia la abstracción. También, estudió en Estados Unidos.

Anteriormente, de 1946 a 1952, residió en París gracias a una beca estatal, y fue en su serie conocida como las Cafeteras donde abandonó la figuración a favor de la abstracción geométrica. A través de ésta llegó a formar parte de “Los Disidentes”, un grupo de artistas venezolanos radicados en Francia que buscó renovar el arte de su país natal.

En 1955 el artista desarrolló los Coloritmos, pinturas modulares de formatos rectangulares, hechas con materiales modernos como la laca automotiva Duco, aplicada con aerosol sobre soportes de madera o plexiglás. La idea era atraer al espectador en un proceso constructivo en donde los ritmos y los espacios se confunden, extendiéndose más allá de las pinturas mismas.

Posteriormente, se dedicó a la investigación y exploración de esculturas cívicas, resultado de su continuo enfoque en las relaciones espaciales y sociales de las obras de arte. En unas declaraciones, señaló que el arte significaba “un drama personal en el que el hombre moderno puede reconocer su imagen”.

En esta línea, formó parte del grupo de artistas que realizaron obras para la Ciudad Universitaria de Caracas. Además, fue vicepresidente del Instituto Nacional de Cultura y de Bellas Artes de Venezuela de 1964 a 1966, y en 1971 obtuvo la beca de Guggenheim Memorial Foundation para el Massachusetts Institute of Technology, que le permitió continuar con sus investigaciones sobre esculturas en espacios públicos.

No cabe duda que Alejandro Otero transformó la vida artística de Caracas, y su obra fue el germen de amplios debates sobre la vanguardia latinoamericana a lo largo del último sigo.

Conoce qué revelan las primeras obras pictóricas de Alejandro Otero

Alejandro Otero nació en El Manteco, estado Bolívar, en 1921 y murió en Caracas en 1990. Fue un artista venezolano de origen humilde. Para el año de 1930 se trasladó con su familia a Ciudad Bolívar, pero ocho años más tarde, comenzó a estudiar agricultura en Maracay.

Entre 1939 y 1945, ya en Caracas, asistió a cursos de pinturaescultura y vidriería en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas. Para 1943 ya impartía cursos de vitrales en esa misma Escuela y tras su graduación logró una beca para proseguir estudios en París, donde residió hasta 1948.

Artista polifacético, preocupado desde muy temprano por el color y los efectos de la luz. Otero contaba con conocimientos muy específico sobre la técnica del vitral, los cuales habían contribuido a desarrollar su mentalidad. Mantuvo siempre un fuerte inconformismo, frente a la pintura y el arte tradicional. Esta postura le llevó a fundar el principal grupo renovador del arte contemporáneo venezolano, el de los Disidentes.

Las primeras obras pictóricas de Otero revelan sus necesidades especulativas y su afán investigativo de la materia plástica. Su serie de 48 naturalezas muertas (Las Cafeteras), realizada entre 1949 y 1952, muestra al artista en busca de un lenguaje cuya economía de signos y ejecución replantea los presupuestos establecidos por la figuración, alineándose con el movimiento abstracto internacional.

En 1954 fue nombrado profesor de la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, institución en la que permanece dos años y donde inicia un proceso de renovación educativa. Entre 1955 y 1960 desarrolló una de sus principales series, Los Coloritmos. En ella Otero se aferró a su lenguaje constructivo, en el que el color adquiere pleno protagonismo.

A medida que avanzó, las composiciones se hicieron cada vez más densas, desbordando las preocupaciones iniciales (ritmo, vibración y movimiento), abriéndose hacia lo que el artista definió como «espacio-energía», la virtualidad creada a través de la reorganización del plano (por medio de la alternancia de bandas dispuestas paralelamente) conjuntada con otra dimensión espacial en la que el color introduce el ritmo estructural de la obra.

Con una selección de este trabajo, representó a Venezuela en la Bienal de Venecia de 1956 y también en la de San Paulo del año siguiente. En 1958 participó activamente en la reformulación conceptual de la Escuela de Artes Plásticas, reiniciando así su actividad docente.