El movimiento se puede definir de diferentes maneras según la óptica en el que se ve. Por ejemplo, dentro de la física el movimiento es un cambio de posición que experimenta un cuerpo en el espacio en un determinado período de tiempo. Todo movimiento depende del sistema de referencia desde el cual se lo observa.
Por otra parte, dentro de la mecánica cuántica se puede describir el movimiento dentro de las leyes del comportamiento de partículas subatómicas con velocidades cercanas a la de la luz. Por último, el movimiento de cuerpos sujetos a fuertes campos gravitatorios, se estudia en el marco de la relatividad general.
Sin embargo, el movimiento dentro del arte tiene una visión completamente diferente, puesto a que dentro de las artes visuales, específicamente en la producción bidimensional, el movimiento, o para ilustrarlo de una mejor manera, la sensación de desplazamiento y actividad, es un elemento compositivo auxiliar representado mediante elementos relativos a la perspectiva, estructura, posición e interacción de figuras, dirección y secuencialidad.
En este sentido el movimiento, se mantiene sumido a la jerarquía total dentro de una obra artistica, puesto que en ella priman por sobre todo el color y las formas; pero en el caso de otras artes el movimiento, en cuanto es de orden físico y óptico, es base estructural de la creación.
Muchos artistas a lo largo del tiempo han estado conscientes de esta cualidad y la representan dentro de una pintura u obra de arte. Algunos artistas intentan romper la inmovilidad, ya sea incorporando mecanismos móviles al soporte plano, o bien, experimentando con la teoría del color y la composición geométrica, como el Op Art, que genera sensaciones de movimiento desde la pintura, por lo cual éste existe exclusivamente en el ojo del espectador.
Existen muchas corrientes artísticas que han introducido el movimiento dentro de sus obras de arte, tal es el caso del arte cinético, el cual mezcla no solo el color y la forma sino le da al espectador una dosis de movimiento y perspectiva que hace que cada obra sea un verdadero espectáculo.
Otra representación que podemos argumentar de la inclusión del movimiento se puede remontar desde las primeras obras de arte como las pinturas rupestres de La cueva de Altamira, donde observamos cómo se representaba a los animales con más patas o cabezas de las correspondientes, creando así la sensación de que este está corriendo, moviéndose.
También durante el Renacimiento se retoma la importancia griega de representar el movimiento, a veces el generado por los fenómenos atmosféricos o mediante una mayor atención y estudio de la anatomía humana. Obras como El nacimiento de Venus de Sandro Boticceli (1485–1486) nos muestran dinamismo.
Sin duda alguna, el movimiento también a lo largo de la historia se ha convertido en un factor determinante para que el arte tome su lugar en el mundo.